18 octubre 2015

«Misioneros de la misericordia»

Así reza el lema del Domund 2015 que es como un adelanto de la inauguración de Jubileo del Año de la Misericordia que se abrirá en Roma el 8 de diciembre y, en multitud de puertas santas catedralicias, a lo largo y ancho del mundo católico.

«El que quiera ser primero, sea esclavo de todos», escuchamos en el Evangelio de este domingo. Los hijos del Zebedeo resultaron ser osados y muy atrevidos. ¡Casi nada! ¡Pedían los primeros puestos en el Reino de los Cielos! Desde que nacemos tenemos un impulso primario de querer ser los primeros y que los demás estén pendientes de nosotros y vivan para nosotros. Santiago y Juan querían sentarse uno a la derecha y otra a la izquierda de Jesús. Y El les dice tres cosas: primero, que si quieren ser los primeros tienen que estar dispuestos a sufrir mucho, a beber el cáliz del bautismo, es decir, del martirio; segundo, que deben querer ser los primeros, no en el mandar, sino en el servir; tercero, que lo de sentarse a la derecha o a su izquierda es cosa de Dios.

El cáliz del Señor es, tal como el Domund nos anuncia, una misericordia que se ofrece y se transmite a través de nuestra entrega incondicional a los más necesitados porque llevamos el ardor de Cristo dentro. Imposible pretender los primeros puestos en la eternidad si, tal vez ahora en la tierra, nos vamos escaqueando o no arrimamos el hombro a la hora de servir. Una frase nos puede resultar iluminadora en este día: no salva el poder sino el servir.

Esta Palabra del Señor necesita voceros humanos, altavoces de la misericordia. Tener misericordia es poner el corazón en la miseria humana. Los misioneros anuncian la Buena Noticia del evangelio y la hacen realidad con sus vidas. Son servidores de la humanidad, como Jesús. Son aquellos que en la Iglesia «en salida» saben adelantarse sin miedo y salir al encuentro de todos para mostrarles al Dios cercano, providente y santo. Con su vida de entrega al Señor, sirviendo a los hombres y anunciándoles la alegría del perdón, revelan el misterio del amor divino en plenitud. Por medio de ellos, la misericordia de Dios alcanza la mente y el corazón de cada persona. La misericordia es la identidad de Dios, que se vuelca para ofrecernos la salvación. Es también la identidad de la Iglesia, hogar donde cada persona puede sentirse acogida, amada y alentada a vivir la vida buena del Evangelio. Y es, por ello, la identidad del misionero, que acompaña con amor y paciencia el crecimiento integral de las personas, compartiendo su día a día.

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