«MIS PALABRAS NO PASARÁN»
Estamos en el penúltimo domingo del año litúrgico y el evangelio de hoy habla de una forma simbólica de «las cosas últimas». Jesús está en Jerusalén, su Pasión está muy cercana, y va preparando a sus discípulos. La muerte y resurrección de Jesús va a tener una dimensión tan grande que el sol, la luna, las estrellas y los astros se verán afectados. No ha ocurrido nada igual nunca. Nuestras vidas cambiaron con aquel acontecimiento. La salvación de Dios se hizo patente. Hay que estar despiertos para encontrarla cada día, llamándonos a la puerta. Es una búsqueda activa y constante. Dios nos sale al encuentro, ¿nos encontrará preparados?
San Marcos quiere transmitir esperanza a su comunidad y también a nosotros. Aunque las cosas no estén bien, al final permanecerá la Palabra de Jesús y esa Palabra hará posible que la verdad, la justicia y el amor sean los que triunfen en nuestro mundo. No sabemos cuándo será el final, por lo que el evangelista nos coloca en esa tensión propia de un cristiano que vive en la historia y que sabe que la historia tendrá un final, pero un final feliz, esperanzador, de salvación, porque Jesús ha convertido nuestra vida y nuestra historia en una «historia de salvación».
Lo que sí que sabemos es que Dios, en un momento concreto de la historia, enviará por segunda y definitiva vez a su hijo Jesús «para reunir a sus elegidos». Dios va a intervenir para salvarnos. Y recordar esto nos hace estar alerta para «devolverle» este mundo que ha puesto en nuestras manos en las mejores condiciones posibles.
Nuestra tarea ahora como cristianos es la de ir desvelando, desenterrando, manifestando ese Reino de Dios que está presente implícitamente entre nosotros y que Dios nos encomienda que lo hagamos cada vez más explícito, hasta que El venga y lo implante totalmente. ¿Dónde? Cada uno desde su puesto. Nuestras familias, ¿pueden parecerse más a la familia que Dios quiere? Nuestras relaciones humanas y de amistad, ¿pueden afianzarse más en la fraternidad que Dios quiere que vivamos todos los seres humanos? ¿Podemos valorar más y mejor nuestro trabajo como una fuente de realización personal y no simplemente como algo «por lo que tengo que pasar» para conseguir dinero? En nuestra comunidad parroquial, ¿podemos crecer en compromiso y corresponsabilidad?
Reavivemos nuestra confianza en Dios y nuestra responsabilidad en hacer de éste el mejor de los mundos posibles. Dios está a favor nuestro y cuenta con nosotros para construir su Reinado ya desde ahora. El futuro que nos aguarda no es terrible, sino gratificante y feliz.